viernes, 16 de mayo de 2014

Somiedo

Somiedo


Los Bígaros y el Muñón

Los Bígaros y el Muñón

Los Bígaros y el Muñón



Dificultad: alta
Kilómetros: 15
Tipo: circular
Salida: Saliencia
Llegada: Saliencia


Hoy sería la primera vez que, si todo iba bien, subiría a un dos mil. En realidad serían dos picos con esta altura, los Bígaros y el Muñón. 

Después de una hora y media en coche, además del tramo de pista malo para un coche normal entre Torrestío y La Farrapona, por fin llegamos a Saliencia. Aparcamos y empezamos a caminar cogiendo una pista de hormigón que sube por detrás del mismo aparcamiento.
La subida es pronunciada y Saliencia va quedando en el fondo del valle.



La primavera deja un color verde precioso en el valle de Saliencia, aderezado también con los colores de la roca y las flores.




Poco después de pasar sobre un reguero, sale una bifurcación. Nosotros giramos a la derecha y  llegamos a  la mortera de Saliencia.



 Seguimos subiendo. En seguida la pista deja de ser tan pronunciada la marcha y empieza a llanear. El mar de nubes sobre Teverga, rodeando Peña Sobia, es una pasada.





 Siguiendo la pista, empezamos a ver las cumbres del día. A la derecha queda la foz de los Arroxos por dónde regresaríamos a Saliencia. Todo este tramo es parte del Camín Real de la Mesa.




Aprovechamos para picar algo antes de la ascensión en la braña la Mesa con su teito...



...sus vacas y sus corros.


Seguimos por la pista, dejando a nuestra derecha la línea de cumbres por dónde hoy vamos a pasar, y en la que ahora podemos ver a dos rebecos corriendo a toda pastilla.

 Al alcanzar el collao Los Corros, pasamos entre una llamarga y esta manada (junto a un cercado de ganado).


 


 Ahora hay que subir cómo mejor se pueda salvando un desnivel fuerte hasta llegar a la Pasada los Bígaros. Cada uno a su ritmo; es temprano y no hay prisa.



 Además, cada poco hay que parar para disfrutar con estas vistas sobre las Ubiñas.



Poco a poco y ya queda menos. No hay ningún paso complicado, sólo el desnivel. Así que vamos subiendo haciendo Zs, por nuestra izquierda bajaban otros dos montañeros sobre los que más tarde debatiríamos si estaban buscando fósiles, ya que esta zona es conocida por ello. Aunque nosotros no vimos ninguno.


 Llegados a la cresta, las vistas se abren sobre Somiedo.


 A nuestra izquierda nos queda el pico de los Bígaros al que se sube sin ningún problema...


 Menudo balcón. Casi toda la alta montaña asturiana y leonesa ante nosotros.


 Cumbre del pico Los Bígaros, a 2045 metros. Mi primer dos mil.



Para ir hasta el Muñón hay que bajar de nuevo hasta La Pasada los Bígaros, rodeando un pequeño picacho en el medio y dirigiéndonos hacia una franja rosa de roca que se ve en la roca. Este paso se pasa bien, hay que tener cuidado pero como en todos los sitios.


 Una vez superado este tramo, una foto atrás del mismo con la cumbre de Los Bígaros que acabamos de dejar y la ladera por la que fuimos subiendo hasta la cresta.


 Cuando llegamos a un paso expuesto o muy expuesto, encontramos justo a la entrada del mismo, un corto descenso a la derecha que, aunque nos saca de la cresta, nos permite caminar de una forma mucho más cómoda.




Por debajo de la cresta, nos dejamos llevar al segundo objetivo del día, El Muñón.


Y una vez conquistada la segunda cumbre del día, un vistazo atrás.


A nuestra izquierda, Somiedo.


Tras pararnos un poco en la cumbre, pasamos junto a la gran cueva o sima que hay justo debajo del mojón. El nevero parecía tener marcas de pisadas de rebeco.


Y, siguiendo por el cordal, vemos ya el Lago del Chao, con Peña Negra frente a nosotros.



 Por esta ladera hay un camín que nos irá conduciendo hasta el mismo lago, aunque primero hay que cruzar un nevero. Para ello, descendemos unos metros y lo pasamos tranquilamente.


Ya estamos mucho más cerca del lago que hace unos pocos minutos.



Comemos en unas rocas planas que hay entre el lago y el refugio. Tras reponer fuerzas nos toca la parte que peor llevo, la bajada. Para ello nos tiramos ladera abajo hacia la braña en la que estuvimos por la mañana.


 Pasamos junto a un manantial en el que cambiamos el agua de nuestras botellas. Aquí lamento no ser más rápido con la cámara pues justo debajo de dónde yo estaba, había una ínfima rana marrón que, en cuanto me moví, desapareció.

Cruzamos el arrollo y llegamos al camín que pasa por debajo de la pista por la que llegamos hace unas horas y que nos conducirá a la foz de los Arroxos.


 Los perros del albergue, sobretodo el marrón, que habían acompañado a un grupo de madrileños hasta la braña de La Mesa, decidieron acompañarnos en la bajada. El calor es fuerte y nuestro nuevo amigo aprovecha para refrescarse.



En estas siguientes fotos no pondré descripción ya que sólo hay que caminar por el sendero y disfrutar de los farallones que caen desde la peña Ferrera hacia el arrollo. A nosotros nos recuerda a los que se ven por la autopista del Huerna a la izquierda de la carretera y casi a la altura de Caldas de Luna.







 La foz, como todas las foces, es corta y nos conduce hasta un bosque por el que ya quedará muy poco de ruta, aunque este tramo se me hizo eterno.

Cuando el bosque se abre, ya estaremos a un paso de la carretera que baja desde la Farrapona a Saliencia dónde tomaremos una cerveza con limón para refrescarnos del calor de la jornada.





domingo, 11 de mayo de 2014

Quirós

Quirós


Proaza

Proaza

 



Oviedo

Oviedo


Cueves de San Cucao y meandros del Nora

Naranco y monumentos

Mieres

Mieres





Lena

Lena



Laviana

Laviana


Caso

Caso


Nava

Nava


Bimenes

Bimenes


Llanera

Llanera

Illas

Illas


Avilés

Avilés



Aller

Aller


Ponga

Ponga

 

Colunga

Colunga



Amieva

Amieva

 

sábado, 10 de mayo de 2014

Fue un sueño, quizás

 Fue un sueño, quizás



Fue un sueño, quizás,
o, quizás, un recuerdo:
el recuerdo de una historia jamás contada.

Sobre un lienzo verde,
un racimo de mariposas doradas sobrevuela
la imagen de un Cristo ensangrentado.

Sus ojos me observan,
y una lágrima negra desciende sobre su cara.

Yo admiro su belleza,
la belleza del ser humano ante la nada.

Y de sus manos abiertas,
brotando dos oscuras ramas.

En la diestra,
una mujer hermosa maldice entre las llamas.
                                                                ¡Es una bruja!
Una bruja ardiendo en una plaza abarrotada.

Sus ojos me observan,
y una lágrima negra desciende sobre su cara.

Yo admiro su belleza,
la belleza del ser humano ante la nada.

Y en la otra rama, temblando,
un hombre joven al borde de un abismo,
y una botella rota acuchilla un corazón que aún palpita.

Y en el reflejo del cristal ensangrentado,
sus ojos me observan,
y una lágrima negra desciende sobre mi cara.


¡Silencio!

¡Silencio!


¡Silencio! ¿Lo oís?
Es el silencio,
rey del Universo.

En la alta catedral, las gargolas danzan con las estrellas. Los cuervos ya no doblan las campanas. Los ángeles ya no tocan sus trompetas.

¡Silencio!

Mi maldición se ha terminado. Satanás me ha expulsado de sus llamas. La luz del sol abrasa mis pupilas. Tengo miedo, el hombre siempre ha temido su belleza.

¿A qué pérfida mujer dedicaré mis versos? ¿En qué oscura ciénaga se bañará Calíope? ¿Seré, tal vez, una higuera seca? ¿Serán estos los últimos pétalos del jardín de las Delicias?

¡Silencio! ¿Lo oís?
Silencio.


Entre las afiladas crestas de las altas cumbres

Entre las afiladas crestas de las altas cumbres


"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar...".
Jorge Manrique

Entre las afiladas crestas de las altas cumbres,
en el blancor perfecto de una nieve aún virgen,
un tenue hilo de vida brota de la nada.

Superarán sus aguas los Heraldos Negros,
adornarán su cuerpo las hojas del castaño,
y no habrá dique capaz de detenerlo.

Y cuando al valle llegue en lánguidos remansos,
extrañará los miedos que en su juventud llorara,
repetirá romances que las náyades cantaran.

Y cuando el pulso cese en las doradas playas
dónde la nieve aún virgen resulta tan lejana,
el solitario astro elevará su alma.

Mas no habrá llantos sobre su tumba clara;
pues, en las altas cumbres de crestas afiladas,
un tenue hilo de vida brota de la nada.


Sueño sin hora

Sueño sin hora


En altas horas vagaba por frondosos jardines:
el viento entre los sauces, los álamos cantores,
la corona de plata en el plácido cristal,
la dulce fragancia del jazmín recién nacido,

el gélido aliento del búho, plútonico animal,
el silencio de la noche aullando entre los astros;
incluso aquellas verdes hierbas parecían tiritar.

Dirigime a mi alcoba: taciturno,
la cabeza sumisa, los hombros vencidos,
pesados los párpados, pronta la aurora.

Soñé con fantasmas, ciudades de otrora;
las mil soledades de un hombre que implora.
Mas fue sólo un sueño, un sueño sin hora,
aquel que Calíope al mundo aún le llora:

- Cerca, muy cerca, cerca,
allí dónde la tierra aún duele,
cerca, muy cerca,
bajo el dorado plumaje de Agosto;
un dulce aroma recorría mi cuerpo.

Junto a la fuente de cuatro caños,
lívido y bello como un enjambre de blancas palomas,
un ángel de tenues labios sonreía,
y todo a su alrededor era belleza.

Las aves cantoras alzaban sus coplas
y el céfiro silbaba las notas del viejo laúd.
Y era este ángel hermoso,
sin duda el más hermoso de los ángeles.

Tímido, acerqueme a sus pies:
y aquel ángel,
sin duda el más hermoso de los ángeles;
desnudó con sus manos mi pálida piel,
y yo murmuré:

"Bienaventurada aquella que me ame
porque será amada
como nunca ha sido amada
y como nunca me han dejado amar." -

Desperté sonriendo, por fin, sonriendo:
contemplé las montañas,
las sierpes de plata cayendo sobre la oscura ciudad;
y busqué el más poético poema
que un hombre pudiera escribir.

Busqué, y busqué, y busqué,
y tras apartar mi vista de las oxidadas páginas,
me levanté y caminé,
                y caminé,
                y caminé,
                y caminé.

Y ahora, después de tanto tiempo,
comprendí que áquel ángel
era el último y más prohibido de los placeres.

Al Poeta

Al Poeta


I

En los cóncavos magentas del oxidado cáliz,
la ferviente ambrosía del aedo
socava su alma en ácido tañido.

Su cuerpo,
impregnado de olvido y tedio,
se deshace del párvulo amor.
¡Infame y necio compañero!

En la límpida ventana,
una tierna urraca sonríe
ignorando, tal vez,
el embelesado iris de quién observa,
absorto,
su infame belleza.

Ah, dulce ave del crepúsculo.
¡cuán alto es el vuelo de tu alma!

II

Sobre la nívea cómoda,
la efímera botella yace inerte;
mas, de sus lacerados labios
aún mana un himno embriagador.

Solo, solo, como siempre solo,
el poeta prosigue su tártaro descenso
y cuando el viajero del Este hace presencia,
se sonríe y maldice:
-¡Ah, estúpida vida jamás vivida!

III

Llegado a tal punto de suprema cobardía,
de perfecta estulticia, de amarga verdad;
se deja yacer sobre el campo de las ánimas

y en profundo sueño, comprende:
sus ancestros no están más muertos que sus manos,
mas, su muerte no es menos muerte que la suya,
hipócrita lector.


Blanquísima paloma

Blanquísima paloma


Éxtasis de esmeraldas
dónde la tierra mana
los sauces de la vida.

Blanquísima paloma
cuyo plumaje aguarda
la noche prometida.

Ante tus pies me postro;
y con tu alma en mis manos,
juro escribir tu nombre

en las verdes Hespérides;
allí dónde los astros
tu imagen iluminan.

Y, al fin, la encontré

Y, al fin, la encontré


Y, al fin, la encontré:
                                  la Humanidad;
ausencia del ser humano.


En las cenizas del olvido

En las cenizas del olvido


Tu nombre es una lágrima
ardiendo entre mis manos.

El sol se desvanece en las
cenizas del olvido.

Yo soy el hombre-mantis
segundos antes de la nada.


El paso final

El paso final


Al final, sueñas.
Sueñas el paso final,
el paso que has de pasar.

Repaso de vida en un sueño,
soñar es paso final.

Y mientras tus sueños pasaban,
el mar borró tu pasar.

Mas, pasarán tus sueños y
en su pasar soñarás
con el sueño de aquel paso
que todos habrán de pasar.

Al final del camino

Al final del camino




 A Walt Withman

He pisado las nubes,
me perdí en las montañas,
y he oído a los lobos
implorando en las peñas.

He temido ser hombre,
me inundé entre quimeras,
y he robado a la luna
su retazo de estrellas.

He pensado en la vida,
me sumí en sus cadenas;
y he probado los frutos
de las verdes higueras.

Y al final del camino,
cuando nada se espera,
descubrí que en mis manos
siempre ha crecido la Hierba.

Y mañana llegará el día

Y mañana llegará el día


“Y los libros hablaban y hablaban
pero Dios iba diciendo
pronto se acabará el mundo.”
Leopoldo María Panero

Y mañana llegará el día,
el ansiado día del Juicio Final.

Y el reino de los locos
se alzará entre los cuervos.

Y ustedes, los sabios,
ya estarán muertos.

Sobre los niños y los hombres

Sobre los niños y los hombres




Los niños,
cuando no entienden algo,
                                      preguntan.

Los hombres,
cuando no entienden algo,
                                      disparan.

He ahí la diferencia.


Cuando realmente el tiempo nos falte

Cuando realmente el tiempo nos falte


Con frecuencia nos quejamos de la falta de tiempo.
Cuando, realmente, el tiempo nos falte;
cuando no falte la falta de tiempo,
faltará tiempo para quejarnos.

Con frecuencia tememos citar a la muerte.
Cuando la muerte, al fin, nos cite:
tal vez, en una calle vacía,
tal vez, en una luna llena,
cuando la muerte, al fin, nos cite,
dejaremos de temerla.

Con frecuencia olvidamos besarnos.
Cuando, realmente, olvidemos besarnos;
cuando besarnos sea un olvido,
entonces,
sólo entonces,
recordaremos besarnos.


La vida es un lapso de mentiras

La vida es un lapso de mentiras


La vida es un lapso de mentiras,
de mentiras y ausencias.

Es mentira que queramos vivir,
simplemente debemos hacerlo.

Vivimos porque nuestra vida se debe a otras vidas.
Lo que más se recuerda de la vida es la muerte.


Funámbulos

Funámbulos


Todos nacemos funámbulos.
Nuestra soga tiene nombre;
Tiempo le llama quién no la conoce.

Todos nacemos funámbulos.
Nuestros pies sonríen a la muerte,
mientras nuestras manos lo hacen a la vida.

                  Entre la vida y la muerte, la nada.

Todos nacemos funámbulos
hasta que, en un día jamás pensado,
a dormir nos retiramos.


Ya rugen los tambores

Ya rugen los tambores


Ya rugen los tambores, ya brama el negro cielo;
tormenta de cráneos y cascos aplastados.
Rezumas rojo líquido, impávido mozuelo,
son hondas tus heridas, marchitos tus costados.

Brindará por tu estulticia el pérfido mochuelo.
El bosque es un estruendo de heráldicos venados.
Ya en ronda, azul, la luna nos muestra un Cristo en duelo;
sainetes y comparsas, monarcas ensalzados.

Ardiente es la corona que ofrece el Serafín;
que torna añil la sangre, los huesos en jazmín.
Y el céfiro a los valles un himno llevará:

de lóbregas calesas, de torpes duermevelas,
de gráciles princesas, de arábigas espuelas.
Y al santo, en su cabeza, la noche besará.


Hombre absurdo que odias los espejos

Hombre absurdo que odias los espejos


Hombre absurdo que odias los espejos:
bajo tus cejas, dos ataúdes se han alzado;
inciertos pasajes de tu corazón atormentado.

Hombre absurdo que odias los espejos:
el silencio se hace noche a tus pies
y una estela de albatros te persigue.

Hombre absurdo que odias los espejos:
junto al fuego del alma, sobre el cuerpo abandonado,
yo invoco a las plagas que tus armas despertaron.

El espantapájaros

El espantapájaros


"Wherever somebody's struggin' to be free
look in their eyes Mom you' ll see me."
Bruce Springsteen

A Beatriz Trapiella
¡Deténgase!

            Torne su cabeza a la diestra,
                                    ligeramente,
                                                        y observe…

Observe como:
                        bello y altivo,
            fiel amante del silencio,
suplica el espantapájaros.

No…
no quiera entender su locura.

Él es,
         simplemente,
el siervo de un campesino;
legítimo heredero de la nada.

Observe en su rostro la gélida rosa.

Él es,
         simplemente,
el siervo de un campesino.

Observe sus ojos:
                    hundidos,
                    pétreos,
                    nocturnos;
observe en sus ojos
la sangre de un Cristo.

Observe sus ojos,
tal vez,
son los míos.

Un frágil blues recorre el Purgatorio

Un frágil blues recorre el Purgatorio


Las sombras bailan con el tiempo
entre los dedos de la muerte.

Un frágil blues recorre el Purgatorio;
y el borracho, magnifica criatura,
entona su llanto:

“La sangre sació mi sed.
La noche trajo el brillo de la aurora,
el sacro imperio del licántropo.

La fe creó la ignorancia,
el miedo, la cólera;
sultanes de la Tierra.

Las risas del loco, risas de la infancia.
Buitres que se abalanzan.
"¡Oh, querido Belcebú, yo te adoro!”

Cenicienta decapitada.
Calíope o el mundo del suicidio.
La autodestrucción.

El hombre, el gran genocidio.
Cuerpos, víboras, cuervos,
Deus Irae; el derecho a estar muerto.

La risas del loco, risas de la infancia.
Buitres que se abalanzan.
"¡Oh, querido Belcebú, yo te adoro!”

Las sombras bailan con el tiempo
entre los dedos de la muerte.


Estela

Estela

 

"Y la noche está ahí afuera
detrás de las cortinas
sellándonos a los dos
en la misma
tumba.”
Bukowski, El juego del polvo

En una oscilación de luces y sombras,
las luciérnagas alimentan un universo de fantasmas.
La lluvia en los cristales, una última oración,
y en el ángulo oscuro, una pupila se dilata.

Enlazados por un cordón de oro y plata:
albos, ajados, no menos hermosos,
otrora frenesí de quimeras;
sus labios, ¿qué secretos guardan?

El frío de la noche, mágicas cadencias,
ojos que parecen vivos, inmortal belleza,
negras crines, piélagos de sangre, delirium tremens.
Sus labios, ¿qué secretos guardan?

Aquella tarde de Abril

Aquella tarde de Abril


Verdes paisajes iluminaban aquel país,
aquella frontera dónde la Libertad
pierde su utópica esencia
para travestirse en un tierno hálito de vida.

Soñé vagar sin rumbo entre tus senos,
perderme eternamente entre tus selvas,
morirme, y renacer entre tus piernas,
bailar bajo las trompetas del Juicio Final,
y abrazarme firme a tu piel de nácar.

Pero una extraña fuerza abre mis ojos,
y regreso a estos edificios grises,
a estas calles de gris esperma,
a estas manos de gris palabra;
a este mundo gris.

Y por más que intento volver,
y por más que intento pararme en seco,
y dar la vuelta, y retroceder;
no encuentro el valor que cobije mi esperanza.

¿Cuántas veces, si hubiéramos retrocedido,
habríamos llegado a mejor puerto
que con la mera inercia de avanzar?

Busco mis huellas sobre la arena,
sobre el inmenso azul,
el inmenso azul al que todos miran
y al que nadie escucha;
y es tan perfecto el idioma de las lágrimas.

La luz de una antorcha cobra fuerza en la noche

La luz de una antorcha cobra fuerza en la noche

 

 

La luz de una antorcha cobra fuerza en la noche.
Los sacros estigmas profanan los cuerpos.
Orfeo ensangrentado renace del fuego;
las tumbas reescriben su nombre.

La locura de Dios abre paso al infierno;
no hay más Dios que el humano.
Las hogueras se prenden, condenan mi alma,
estoy maldito. ¡Milagro!

Los viejos marinos aún temen la mar.
Levántanse en armas los hijos de Cam.
La luz de una antorcha cobra fuerza en la noche.
¡Oh, Jesús! ¿Qué fue de tu nombre?


Bajo la sombra de los cipreses

Bajo la sombra de los cipreses


“Mon hiver sera ta mort;
mon palais, ton mausolée.”
Dark Sanctuary
Es tarde, una densa niebla rodea mi cuerpo,
y estoy solo.

Bajo mis pies las lágrimas son tan bellas
que ni el más puro de los diamantes podría compararse.

He penetrado en los oscuros abismos de mi alma,
y he pisado las relucientes calaveras.

He escuchado clamar piedad a las rosas,
y las he ignorado, y mis garras han cortado
de sus cuellos la sublime Belleza.

He palpado los senos de la diosa Locura,
y los he saboreado como se saborea un triunfo,
y he enloquecido.

Y, ahora, bajo la sombra de los cipreses,
no es a los muertos a quién temo.

En las constelaciones del Norte

 En las constelaciones del Norte



Una estampida de blancos corceles
se desvanece entre las húmedas arenas
de San Lorenzo.

En las constelaciones del Norte,
la sangrienta hoz se alza
sobre el reino de las sombras.

Y, entre las voces del Orbe,
distingo la efímera llama
que puede colmar cien mares.

Ah, no es esta una voz celeste, ¡no!
Son sus orígenes los profundos abismos
del Leteo.

Aterrado,
huyo como huye el hombre
de la muerte

y me amparo entre los altísimos fustes
de la soledad.
¿No es este, sino, el placer Último?

Y mi corazón,
despreciable músculo,
escupe sus últimos compases.

Y, en los embriagadores néctares,
el Arte es largo
y breve el Tiempo.

Y ante mí, ¡estúpido!
se alzan como hermosas pesadillas
las puertas de la Gehena.

¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Es Ella!


Retazos de plata y rocío

Retazos de plata y rocío


Los últimos destellos de la luna
trazan, en las bóvedas del alba,
retazos de plata y rocío.

Los primeros ecos del mañana
abren las inmensas compuertas
del olvido.

Sobre la alcazaba del sueño,
una tímida lágrima recorre
cada segundo de tus labios.

Oh, esencia de mi alma...

Alma tendida, cual promesa,
ante mis parpados;
incógnita sombra que aguarda mis días.

Mis manos, mis torpes manos,
implorando cobijo en las tuyas,
suscitan el origen del llanto.

Perpetuos campos de melancolía
se expanden ante el turbio porvenir
que me aguarda,
   y nos aguarda.

La flor de la vida se ha marchitado

La flor de la vida se ha marchitado

La flor de la vida se ha marchitado.
Sus pétalos, rojos como una batalla,
suplican al aire su eterno vaivén.

Dos ángeles:
uno, desnudo como mi mano;
otro, olvidado como mi alma,
impregnan de escarcha su pálida piel.

Maldito devenir de altas horas,
lentas como un adiós,
que trazan en su rostro
la imagen del beso que no pronuncié.

                                               Oh, eterna noche dime por qué.

Dos candelabros,
de cinco estrellas cada uno,
ofrecen su canto celeste
en el oscuro salón.

Al fondo:
los ecos,
los ecos sin voz.

Los ecos del viento que inunda el ayer,
los ecos del beso que no pronuncié.

                                               Oh, eterna noche dime por qué.

Extiendo mi mano al vacío:
trémula como una sombra,
fría como el fuego que me consume,
muerta como mi vida.

Intento tocarla…

y el viejo reloj irrumpe en mi sueño
robándome el beso que no pronuncié.

                                               Oh, eterna noche dime por qué.

Ya han pasado tres semanas

Ya han pasado tres semanas


A Julia

Tengo miedo.

Las frías paredes oprimen mi cuerpo. El denso aroma a cadáver marchita mi espíritu. Bellos ángeles caminan junto a diabólicas criaturas.

Me abruma la franqueza de la muerte, ejército de espectros en tétrico camino. Yo seguiré vivo. Aún no es mi hora. Al menos, eso dicen.

Ya han pasado tres semanas. La tierra oculta aquellos ojos que ayer soñaron. Las campanas siguen doblando.


Una cruz arde en el techo

Una cruz arde en el techo


A mi compañero de celda, Luis

"Destino y sentimiento son nombres de un solo concepto."

Herman Hesse

Humo. Una cruz arde en el techo. No hay nadie. El alma se desprende de su crisálida.

Sombras, cadenas, la plegaria de la carne contra del espíritu. Oh, Satán ¿eres tú?

Las campanas abren paso al infierno. Sobre el lecho: el cuerpo inerte, los delirios. Odio y sangre.

El azufre oprime mis pulmones. ¿Es este el fuego eterno?  ¡Qué importa!

El canto de las abejas sobre el ataúd de piedra.


Tierra, lluvia, fuego.

Tierra, lluvia, fuego

 

Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego. Aquí me tienes Señor, aquí me tienes… Arranca de mi pecho la aurora. ¡Se cruel! Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego.
Aquí me tienes Señor, ¡aquí me tienes!

Estoy loco ¡Sí, estoy loco! ¡No importa! La locura es nuestro pan y es nuestro vino. ¿Y a quién le importa?
 ¡Tú! ¡Tú nos has condenado!

Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego. Tierra, lluvia, fuego. Y el diablo aparece… ¡cómo no! Siempre ha estado allí.
Ah, triste espíritu, jamás los sabios comprenderán tu belleza.



Los diamantes resbalan sobre mi pecho

Los diamantes resbalan sobre mi pecho


Relucientes, como racimos de estrellas, los diamantes resbalan sobre mi pecho.

Dime, oh, viejo infante, ¿es esto lo que llaman amor? Acaso esta lengua de fuego que arrasa mi alma con la dentellada certera del tigre… Acaso esta noche cubriendo de escarcha mis manos… ¿Es esto lo que llaman amor?

Si pudieran mis huesos recomponer la carne hecha jirones… Pero, esta tarde, las sombras del cementerio reclaman mi nombre, y soy demasiado débil.

Relucientes, como racimos de estrellas, los diamantes resbalan sobre mi pecho.


Asumo mi derrota

Asumo mi derrota

 

 

…liviano enjambre de vagas mariposas blancas

Juan Ramón Jiménez, Platero  y  yo

La tristeza es el recuerdo de un tiempo feliz. Yo no estoy triste, nunca he sido feliz. Mi espíritu amamantó a las bestias. Mis manos son un nido de reptiles. ¡No! yo no estoy triste.

Los párpados caerán como ardientes cuchillas. ¡La Revolución!. La vida está sobrevalorada. No soy nadie. Nadie vive en los espejos. Nadie velará en nuestro lecho. La soledad es fiel compañera.

Contemplad mis ojos: oscuros abismos cargados de ira y plomo, profundas celdas dónde el alma aguarda. Mis ojos son los ojos del hombre. ¡Ya no tengo ojos!

Me aborrecen los poemas de amor. Nunca he sentido amor. Las mujeres tiemblan ante mi rostro. Siempre ha sido así, siempre en lucha con la belleza. ¡Asumo mi derrota!

Bajo la lluvia danzan las mariposas blancas.