A un castaño seco
Negro
castaño que ante el rayo sucumbes
es tu
cuerpo entero un inmenso ataúd
donde el
mirlo aguarda un último aliento
y un río,
como de sangre, recorre tu cruz.
Viejo
guerrero que en el bosque naciste
hijo, tal
vez, de una luna gitana
que sobre
tu frente, desnuda,
de azules
luceros un ramo posó.
Tú que
en tus brazos la vida acogiste
dando
fruto a la tierra y sombra al pastor.
Tú,
cuyas hojas caídas son las cobrizas lágrimas
que un
Dios ya olvidado cierto día lloró,
dime, oh,
loco alquimista,
por qué
las cosas más bellas duran sólo una flor.